En los apenas tres meses y medio que han pasado desde que la Organización Mundial de la Salud (OMS) declarara la pandemia global por el nuevo coronavirus Sars Cov 2 (causante de la enfermedad Covid 19), todos hemos tenido que cambiar nuestros hábitos. Los dos meses posteriores al 14 de marzo, cuando en España se declaró el estado de Alarma, los pasamos confinados, apenas saliendo a la calle para lo imprescindible.
En los últimos dos meses hemos pasado por una desescalada dividida en fases, que nos ha ido permitiendo salir del confinamiento de modo progresivo, pero siempre con una herramienta que ya se ha hecho imprescindible y se ha convertido en poco menos que el símbolo de la lucha contra la pandemia: la mascarilla. De ella lo hemos aprendido casi todo.
Es cierto que durante las primeras semanas algunos mensajes oficiales respecto a su uso fueron contradictorios. Eran días en los que las mascarillas eran un bien escaso incluso para los profesionales de la salud, debido a la altísima demanda en todo el mundo. Las mascarillas, cualquiera que fuera su tipo (ya fueran quirúrgicas o filtrantes, que de mayor a menor protección pueden ser FFP3, FFP2 y FFP1) se agotaron en las farmacias. Para muchos, en ese momento la única solución posible para llevar mascarilla pasaba por fabricarse unas caseras de tela: mejor algo que nada.
Afortunadamente, ese tiempo ya pasó y hoy las mascarillas son un producto que se vende incluso en supermercados. Parece haber consenso respecto a su eficacia para cortar la transmisión del virus, después de que diversos organismos como el Centro Europeo para el Control y la Prevención de Enfermedades cambiaran su postura y empezaran a recomendar su uso. En España, su utilización es obligatoria desde el 20 de mayo para las personas mayores de seis años en espacios cerrados de uso público o al aire libre, en este último caso siempre que no sea posible mantener al menos dos metros de distancia respecto al resto de personas.
La mascarilla ayuda, pero no es infalible
Ahora bien, como te decíamos antes, hay que tener en cuenta que la eficacia de las mascarillas depende no solo de su capacidad de filtrado. En este sentido, un nuevo estudio realizado publicado en la revista Physics of fluids concluye que la tos persistente y los ataques de tos seca reduce la eficacia de la mascarilla, de modo que algunas gotas que en principio debían quedar retenidas en la tela pueden desplazarse hasta un metro.

La investigación fue relativamente sencilla: se trataba de comprobar cuánto pueden desplazarse las pequeñas gotas de saliva (que a su vez transportan el virus) que emite una persona que tose en distintas condiciones. Si la persona no lleva mascarilla, pueden llegar a cinco metros. Los resultados también mostraron que las mascarillas reducen el alcance, pero incluso con tos leve algunas gotas pueden llegar hasta un metro de distancia.
Además, la mascarilla disminuye el número de gotas que se escapan por los lados (principalmente en las mascarillas quirúrgicas, de menor ajuste), pero no lo evita por completo.
De esta forma, es necesario mantener la distancia social obligatoria (mínimo de dos metros) en cualquier circunstancia, pero especialmente si sufres episodios de tos seca o alguien los sufre a tu alrededor. Aunque llevéis mascarilla, gotas que pueden ser portadoras del virus están siendo expulsadas hasta a un metro de distancia.
