Índice
Introducción
El estilo de vida pasivo y sedentario es un factor de riesgo de múltiples enfermedades por mermar la capacidad funcional (OMS, 1995). Hay evidencia desde hace tiempo que la actividad física regular es determinante en la salud (KruK, 2009). Desde 1995 la Organización Mundial de la Salud (OMS) decidió que el denominado “Programa de Salud de las Personas Mayores” se llamaría “Envejecimiento y Salud”. Este cambio implica reconocer el ciclo vital en toda su extensión y complejidad.
Primera autora: María del Carmen Flores Fernández. Técnico Auxiliar de Enfermería, residencia Zarracina, Gijón
Segunda autora: María del Pilar Vicente del Barrio. Técnico Auxiliar de Enfermería, Sespa, Asturias
El envejecimiento activo surge a finales de los años 90 para completar el concepto de envejecimiento saludable. El concepto activo se basa en cuatro pilares fundamentales que son
- Autonomía de la persona para desarrollar su vida.
- Independencia y capacidad para satisfacer las necesidades de la vida diaria.
- Calidad de vida de los objetivos, esperanzas, necesidades y preocupaciones.
- Vida libre de disfunciones y discapacidades que garanticen una vejez saludable.
Se trata por tanto de un concepto que va más allá de la realización de actividad física. Tiene también un componente psicológico y social.
La actividad física se entiende como cualquier movimiento que se produce resultado de la contracción de los músculos esqueléticos y que implica un gasto energético. Puede ser laboral, al realizar tareas del hogar, en actividades de ocio, como medio de transporte o al realizar actividades deportivas.
Sin embargo el concepto de ejercicio físico es una forma de actividad física que implica un movimiento corporal planificado, con estructura definida y repetitiva.
La inactividad o sedentarismo provocan un aumento del porcentaje de grasa corporal y una disminución de la masa muscular. Por ello se produce una pérdida significativa en la fuerza del paciente. La atrofia del músculo esquelético a menudo se considera una característica propia del envejecimiento y de la inactividad física. La sarcopenia se define como una masa y fuerza muscular baja junto con un rendimiento físico reducido (Cruz-Jentoft, 2010). El bajo rendimiento físico y la dependencia en las actividades de la vida diaria son frecuentes en las personas mayores. Sin embargo, se ha demostrado que el entrenamiento de fuerza aumenta la masa corporal magra, mejora el rendimiento físico y favorece su autonomía (López, 2018)
El ejercicio físico es capaz de revertir en parte los efectos negativos del envejecimiento en las funciones fisiológicas y permite preservar la reserva funcional en las personas mayores (Hulens, 2002). Diferentes estudios ha demostrado que su práctica habitual reduce la aparición de enfermedades crónicas y la mortalidad (Lebrun, 2006). Es un factor protector para las enfermedades no transmisibles, como las enfermedades cardiovasculares, los accidentes cerebrovasculares, la diabetes y algunos tipos de cáncer (WHO, 2018). La práctica de la actividad física se asocia con una mejor salud mental (Schuch, 2016), un retraso en la aparición de demencias (Livingston, 2017) y en general una mejor calidad de vida (Camboim, 2017).
El aumento de la esperanza de vida, conlleva una mayor preocupación por la salud y la calidad de vida (Garber, 2011).
Para notar los efectos positivos de la actividad física es necesario estar físicamente activo durante 6 meses o más. Estas recomendaciones también pueden aplicarse a ejercicios de equilibrio para reducir las caídas (Sherrington, 2017).
Muchas personas mayores no son capaces de realizar este ejercicio durante este tiempo por su cuenta. Por ello se requiere un apoyo y supervisión especializada. Incluso en los casos de supervisión por profesionales un elevado porcentaje de personas abandonan la práctica diaria.
La promoción del ejercicio en la población mayor es un campo de salud pública de primer orden y que es necesario abordar. Es importante que el ejercicio se integre en la rutina diaria de las personas mayores. Para ello el papel de los auxiliares de enfermería es fundamental ya que pueden colaborar activamente en el cumplimiento de esta adherencia terapéutica al ejercicio (Camboim, 2017).
Objetivos
Analizar los beneficios del desarrollo de actividad física en la tercera edad para la promoción de un envejecimiento saludable.
Para ello se realizará una revisión de qué factores pueden fomentar la práctica de la actividad física en esta población.
Así mismo se revisará cuáles son los ejercicios más recomendados para pacientes de edad avanzada.
Método
La revisión bibliográfica se ha realizado usando las siguientes bases de datos: PubMed, SciELO, Dialnet y Scopus. Se revisaron artículos de los últimos quince años en español y en inglés. En las búsquedas los términos MeSH que se han usado han sido: “actividad física”, “ejercicio”, “envejecimiento”, “calidad de vida”, “physical activity”, “elderly”, “quality of life” mediante el conector AND.
Los criterios de inclusión para realizar la búsqueda han sido:
- Artículos publicados en los últimos diez años (se han incluido artículos anteriores por la importancia que tenían).
- Artículos publicados en inglés y en español.
- Se han incluido revisiones sistemáticas, estudios de casos-control, estudios de cohortes y descriptivos.
- La población de estudio ha sido de personas de más de 65 años
Se obtuvieron un total de 195 artículos. Al usar Pubmed se obtuvieron un total de 105 artículos, de los que se seleccionaron 4 revisiones sistemáticas. Mediante SciELO se logró una búsqueda de 45 artículos de los cuales se eligieron 3 artículos, dos estudios retrospectivos y una revisión sistemática. A través de Dialnet se localizaron 25 artículos, de los cuales se escogieron un estudio de casos-control y estudio de cohortes. Usando Scopus se logró un total de 20 artículos de los cuales se escogieron 3 estudios descriptivos.
Los artículos eliminados fueron desechados por haber sido publicados fuera de los diez años que se habían establecido como requisito de inclusión, por haber sido publicado en idiomas diferentes a los escogidos y por no abordar el tema que nos ocupa de forma directa.
Resultados
Las ventajas de la realización de una actividad física de forma regular y pautada por un profesional en edad avanzada reduce considerablemente la morbimortalidad cardiovascular. La actividad física a cualquier edad realizada de una forma regular y constante ejerce un papel muy importante en la prevención del infarto agudo de miocardio (Livingston, 2017).
La edad no puede ser considera como una contraindicación para la realización de actividad física. A excepción de patologías concretas que desaconsejan la práctica de algunos deportes, la gran mayoría pueden ser realizados con moderación. Caminar con intervalos de ritmos entre 60 a 90 minutos al día se ha mostrado como una forma efectiva de mantenerse activo (Camboim, 2017).
Previamente hacer ejercicio físico es importante un examen de salud. En el caso de personas de edad avanzado es imprescindible comenzar con este reconocimiento. En jóvenes la tolerancia al ejercicio es mayor pero en ancianos hay un estrecho margen entre los beneficios del ejercicio y las situaciones que pueden provocar daños (Sherrington, 2017). El objetivo de la implantación del ejercicio físico es obtener el máximo beneficio con el menor daño posible para la persona. Es importante distinguir diferentes tipos de personas mayores a la hora de prescribir ejercicio físico (Garber, 2011).
- Físicamente dependientes: el objetivo es recuperar su capacidad para asearse, vestirse, etc., y que sean autónomos. Es necesario conocer las enfermedades de base.
- Físicamente independientes: personas que a simple vista parecen sanas, pero que en una valoración más completa se observan patologías de base.
- Físicamente en forma: el objetivo es mantener su forma física. Suelen conocer su estado de salud y muchas veces son usuarios de polideportivos o incluso están federados.
Ejercicios aeróbicos
El entrenamiento aeróbico en personas mayores tiene beneficios como se ha demostrado en la mejora del consumo máximo de oxígeno (VO2). Es recomendable un calentamiento moderado para reducir lesiones musculoesqueléticas y problemas cardiovasculares por cambios de intensidad demasiado bruscos. La elección del ejercicio debe ser individualizada. Los ejercicios más recomendables son aquellos que implican músculos grandes y con bajo impacto. A parte de ejercicios específicos es necesario el desarrollo de una vida activa (Cadore, 2011).
En la primera fase de entrenamiento el anciano debe comenzar con ejercicios a baja intensidad con una duración máxima de 20 a 30 minutos al día. Las personas que presentan una condición física muy baja comenzarán con series de 10 minutos, repetidas varias veces al día. Las personas más sedentarias se recomiendan que comiencen con actividades suaves progresando a partir de la tercera o cuarta semana pasando a una intensidad moderada. La elección del ejercicio debe ser personalizada. Se recomiendan ejercicios de bajo impacto, con una intensidad suave y estáticos por su seguridad. Debe acompañarse de actividades de la vida diaria como tareas del hogar, subir escaleras, paseos, etc. (García-Pallares, 2011).
Ejercicios de fuerza muscular
El envejecimiento muscular viene caracterizado por una disminución de la masa muscular que se conoce con el nombre de sarcopenia. Las fibras musculares de tipo II empiezan a reducirse con el paso de la edad provocando atrofias y reducciones en la fuerza muscular (Radaelli, 2013)
El entrenamiento de fuerza disminuye la pérdida de masa muscular. Mejora la fuerza máxima, trabajando con resistencias con una frecuencia cardiaca más baja y una tensión arterial moderada (Farinatti, 2013).
Este ejercicio debe ir acompañado de una ingesta adecuada de proteínas para evitar la sarcopenia. Debe ingerirse como mínimo en esta edad 1,25 gramos/Kg /día.
El calentamiento es necesario para evitar lesiones de tipo muscular. Las actividades recomendadas suelen ser de tipo aeróbicas para aumentar la temperatura. Las actividades diarias de las personas de edad avanzada residen en la actividad de grandes grupos de músculos como la espalda, piernas, brazos y cadera. Por ello los ejercicios deben incluir un rango de movimientos lo más amplio posible, siempre sin provocar dolor. Las contracciones serán de tipo dinámico tanto concéntricas como excéntricas. Es conveniente el uso de máquinas que mejoran el gesto y lo facilitan, permiten rangos de movimientos más seguros, un mejor ajuste del peso que se mueve y reduce la respuesta cardiovascular evitando cuadros hipertensivos. Por su parte el trabajo con pesas de forma libre mejora la propiocepción del paciente (Holviala, 2012).
Las intensidades deben ser ligeras para permitir la adaptación y la ganancia de peso muscular. La carga debe corresponder en un primer momento al 35% de máxima carga para brazos y un 55% para piernas. Las variaciones se realizarán de 2 a 5 kilogramos de progresión según sea capaz de completar las 8 o 12 repeticiones. Este tipo de entrenamiento debe desarrollarse unos 2 o 3 días por semana (Nogueira, 2009).
Ejercicios de flexibilidad
Se entiende por flexibilidad el trabajo para la mejora del movimiento de las articulaciones y mejorar los rangos de movimientos. El máximo grado se alcanza a los 25 años y luego comienza a reducirse. Ello implica un mayor número de caídas y mayor dependencia. Los trabajos de elasticidad y flexibilidad mejoran tendones y ligamentos, disminuyendo el dolor en articulaciones, mayor tono muscular y un mejor reclutamiento de fibras musculares en los diferentes ejercicios (Morini, 2004).
En ancianos la técnica estática es la más indicada manteniendo la posición de 15 a 30 segundos, realizando 5 repeticiones por ejercicio. Es necesaria una frecuencia semanal de 3 días (Doriot, 2006).
Ejercicios para patologías específicas
- Enfermedad Cardiovascular: En los últimos veinte años se han realizado múltiples estudios sobre el beneficio del ejercicio en la insuficiencia cardiaca (IC). Los ancianos con IC presentan un deterioro vascular periférico por la regulación endocrina y la liberación de citoquinas. Esto implica una reducción de la energía y mayor fabricación de lactato.
El entrenamiento en estos pacientes supone una mejora al mejorar la fisiología del endotelio, una mejor vasodilatación por el óxido nítrico, mejor perfusión de las coronarias, etc. Las catecolaminas descienden normalizando la tensión arterial, al moderar también la angiotensina, la vasopresina, el péptido auricular natriurético, etc.
En estos pacientes se usarán entrenamientos interválicos, ya que se obtienen mejores resultados que los entrenamientos continuos. Se intercalarán periodos de esfuerzo, con recuperaciones de mayor duración. De esa forma se estimulará y se adaptará el músculo sin forzar la función cardiaca. Así mismo es importante integrar ejercicio de fuerza de doce repeticiones por ejercicio. No debemos olvidar el trabajo de coordinación y flexibilidad para mejorar el desarrollo de las tareas de la rutina diaria. Se ha observado en estos pacientes mejoras de las cargas máximas del 15% y casi de un 22% en cargas de tipo submáximo (Franco, 2015).
- Enfermedad artrósica: En pacientes de más de 65 años la artrosis es una de las enfermedades más prevalentes. Se sitúa en un 87% en pacientes por encima de los 75 años. En estos pacientes el tratamiento no puede limitarse a la prescripción de analgésicos o antinflamatorios. Es imprescindible la incorporación de programas de ejercicios para reducir factores que empeoran la enfermedad como son el sobrepeso o la obesidad, la falta de tono muscular, la reducida propiocepción, etc. (Goh, 2016).
En los programas para estos pacientes es necesario comenzar con el trabajo de flexibilidad hasta alcanzar las resistencias subjetivas del propio sujeto. Es necesario realizar el máximo rango. En cada grupo muscular serán necesarios mantener unos 10 segundos. Se trabajará de 4 a 5 veces por semana. En cuento a la fuerza se usarán trabajos tanto de tipo isométrico e isotónico. Es necesario que las intensidades sean de un 40 a 50 %. Se realizarán de 8 a 10 repeticiones. Este tipo de trabajo será necesario repetirlo de 2 a 3 veces por semana. Así mismo se desarrollará ejercicio aeróbico con una intensidad moderada entre el 45 a 55 %, de unos 20 minutos diarios. Será necesario realizarlo unas 3 a 5 veces por semana (Goh, 2016).
Conclusiones
El envejecimiento debe entenderse como parte de la vida. Los beneficios de la actividad física durante esta etapa de la vida son incuestionables (Das, 2012). Es importante que los profesionales de la salud sean conscientes de que es necesario integrar la actividad física como herramienta terapéutica (Brown, 2014).
Se deben implementar medidas que se adhieran a la participación en las actividades físicas y que ayuden a reducir las barreras para su práctica. Es necesario planificar actividades que se ajusten a las personas de edad avanzada y asesorar sobre los beneficios de la actividad física (Musich, 2017).
Con la realización de programas específicos se reduce el riesgo de caídas, mejoran las habilidades individuales, la condición física y se reducen las limitaciones. La educación sobre los beneficios de la actividad física también es importante (Boulton, 2018). Un anciano que esté bien informado tomará conciencia sobre su bienestar. Los ancianos requieren entornos accesibles donde poder desarrollar la actividad física con seguridad. Factores como el transporte, el aparcamiento, la ubicación, la ventilación, la iluminación, instalaciones de baños y superficies de suelos deben ser considerados. Todos estos elementos deben ser valorarlos para crear un entorno ideal para desarrollar la actividad física (Dumith, 2011).
La actividad física es muy beneficiosa en la vida de un anciano, aunque es una herramienta poco utilizada a nivel sanitario. La práctica regular de actividad física puede potenciar la independencia y prevenir el deterioro funcional progresivo (Chodzko-Zajko, 2009).
La actividad física reduce los riesgos de deterioro cognitivo y enfermedades como el Alzheimer. Mantenerse físicamente activo aumenta la felicidad y es vital para la salud mental de los ancianos. Esto se debe a que el ejercicio puede estimular los mecanismos de defensa del propio cuerpo, ayuda a gestionar la ansiedad y también mejora el sueño. Así mismo potencia el equilibrio ayuda a reducir los riesgos de lesiones y caídas, lo que evita las fracturas de cadera (Gillespie, 2012). Así mismo reduce los efectos adversos de la sarcopenia asociada a la edad (Cruz-Jentoft, 2010).
El bienestar psicológico de las personas mayores puede mejorarse con la actividad física. Esto se debe a que la actividad física se puede usar para prevenir la aparición de problemas de salud mental y para el tratamiento de enfermedades y trastornos mentales (Dupuy, 2015). La actividad física también ha sido utiliza como herramienta para mejorar las habilidades de interacción social, especialmente en el ejercicio grupal organizado (Tricco, 2017).
Muchas personas mayores se enfrentan a múltiples barreras que les impiden realizar actividad física. La falta de confianza es una de las barreras más importante para la participación, especialmente en los ancianos con sobrepeso. El riesgo de caída y el temor a sufrir lesiones también son barreras importantes para participar en actividades físicas. A ello se suma la falta de conciencia y conocimiento acerca de los potenciales beneficios de la actividad física (Daly, 2015).
La motivación para participar es también una barrera importante. Hay pacientes que dudan de la eficacia del ejercicio para obtener mejoras en la rehabilitación y en su salud. Otras barreras son algunos aspectos biológicos y físicos propios del envejecimiento como la fragilidad física, la inmovilidad, el deterioro, la enfermedad y la falta de energía (El-Khoury, 2013).
Es imprescindible que toda la sociedad comprenda que integrar el ejercicio como herramienta preventiva es fundamental por la mejora de calidad de vida y reducción del coste sanitario que conlleva.
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